Skylight, Cielo abierto como ha sido traducida, escrita por David Hare, es una obra engañosa. Su primera parte tiene los elementos minimalistas de un drama psicológico, con mucho de ingenio en los diálogos aunque poco aliento introspectivo, que se resuelve de una forma casi trivial: los protagonistas se van a la cama. Pero es la segunda parte lo que la convierte en una obra mayor: Hare engaña a la audiencia, haciéndole creer que ve un drama familiar, incluso un triángulo morboso, cuando lo que está poniendo sobre el tablado es una pragmática pero eficiente alegoría de la vida social y política británicas, de la vida social  y política en occidente, me atrevería a decir.

Imagino que muchas personas que han podido verla en el Ricardo Blume, el bello teatro de Aranwa en Jesús María, ya habrán hecho notar la notable interpretación de Alberto Ísola como el viudo que vuelve a encontrar a la mujer que amaba, y con la que vivía en su propia casa cuando su esposa aún estaba viva. Imagino también que no pocos habrán notado la calidad particular de esta traducción de Gonzalo Rodríguez Risco, que hace lo que un buen traductor de dramas logra: hacer olvidar que se trata de una traducción. Ambos puntos son en mi lectura lo más destacable de la puesta, desde luego junto a la potencia innegable de la obra y las eficientes dirección de Mateo Chiarella y actuación de Wendy Vásquez. Ísola hace un retrato que va de lo sencillo a lo complejo en pocas palabras, a veces controlado, a veces completamente desatado. Y es armónico siempre. Creo que después de varios años nuestro extraordinario actor nos está regalando una de sus performances de antología. Además porque es capaz de parecer liviano en las partes pesadas, ideológicamente pesadas, diríamos, que contiene el drama de Hare, y eso es algo que implica no solo inteligencia emocional de la actuación: también implica notable inteligencia política. Porque esta es una obra política, aunque todo diga lo contrario. Sexualmente política, podría ser.

Hare ha hecho una brillante trampa al público: una vez que nos atrapa cierto sentimentalismo por la historia de Tom, de Kyra, del amor no realizado, de la muerte de la mujer, y cuando el final del primer acto culmina en amor carnal, entonces uno baja la guardia y se deja llevar, quizás pensando que después recibiremos uno o dos golpes de timón en la trama, pero que seguiremos indagando en la curiosa naturleza del animal humano y sus relaciones íntimas, en el cómodo formato del teatro para la burguesía aburrida de sí misma. Es precisamente lo que no pasa. Hare abre una extensa, bien medida, discusión entre estos dos personajes unidos por el connubio pero alejados por exactamente el resto de todas las cosas del mundo. Él es un empresario, ella una maestra en la zona brava de Londres. Ambos parecen amarse, parecen haber llegado a un punto en que se necesitan, sus cuerpos requieren juntarse. Pero otra vez las reglas de lo social, la estructura de la política, los ponen en mundos adversos. Kyra es una progresista, inocentona, quizás algo caviar (diríamos en nuestro lenguaje ninguneador peruano). Tom es un hombre que cree en el mérito de la riqueza, del poder, del control absoluto de la realidad. Pero Kyra fue rica y Tom pobre, y eso complica las posiciones. Y Tom es infeliz y Kyra lucha por no serlo, y esa comunidad alivia las tensiones. 

Entre sueños frustrados de justicia social y llamados la madurez necesaria para sobrevivir un mundo cada vez más salvaje, se desenvuelve una hermosa aunque desoladora (a ratos irónica) pelea entre ambos. Una discusión que, por momentos, envueltos en la magia que crea el primer acto, apenas si creemos tan agudamente ideológica. Pues ideología, como diría Zizek, no es precisamente un tratado de ideas que reconocemos como tal , sino un modo de percibir la realidad que combina lo político y lo sexual, el poder y las pulsiones de la experiencia real. Y a menudo reconocible solo a través de lo que se oculta. Estos dos que se aman en lenguaje romántico, se niegan en lenguaje piscoanalítico, y son sus respectivas oposiciones, su negación que reafirma sus respectivas identidades, sus respectivas ideologías. Es lo que hace su pasión real. Por eso se necesitan y se repelen, son dos caras de una sola moneda. Solo que esas caras en las monedas, como sabemos, nunca llegan a fundirse.

Hay un aliento pesimista en Skylight, imagino  venido de una experiencia de convivencia de ideologías que ha dejado paso a problemas irresueltos en Europa y buena parte del mundo moderno.  Es también una obra descreída, aunque Kyra sea el personaje del punto vista central (Hare, desde luego, habla desde ese segmento marginal-dentro-de-la-élite que somos intelectuales y artistas), el autor siembra el escenario de dudas, de datos duros, de argumentos en contra del progresismo que no hacen sino ponerlo a uno a dudar.

¿Cedieron demasiado los conservadores en aras de la convivencia pacífica? ¿Perdieron los progresistas la oportunidad de verdaderamente asaltar el poder? ¿Se disiparon las izquierdas por exceso de pragmatismo? ¿Adónde vamos ahora que el capitalismo se endurece? ¿Es posible una tercera vía, es posible una convivencia que no termine en pugna, en luchas por el poder?

Kyra y el hijo de Tom se aprestan a desayunar al final de la obra, con mantel fino y cubiertos de plata, en medio de un cuchitril en los suburbios londinenses. Nada ha sido resuelto aunque ella seguirá empoderando pobres sin esperanza profunda, aunque ella seguirá apreciando la calidad de un buen desayuno burgués.