El proyecto Teatro en la Ruta nace en las aulas de la especialidad de Artes Escénicas de la Católica, para alcanzar un público diverso en el siempre variopinto y complejo espacio de las calles y plazas. Sin duda es un acierto "sacar" el teatro de los confines de un espacio privilegiado de la cultura letrada como es, por definición, la universidad.
Sin embargo el proyecto en sí resulta complicado por la circunstancia central de la obra elegida. A ver, un aplauso!, que ya es parte del repertorio de las obras peruanas más influyentes y puestas en escena de las últimas décadas, es paradójicamente, en mi opinión, una obra que va en el sentido inverso de lo que el proyecto Teatro en la Ruta hace. César De María, en colaboración estrecha con el grupo Telba, completó la surreal, cómica y descarada narración que el payaso callejero Tripaloca utiliza para aplazar su muerte. Especie de Sherezade del Parque Universitario, Tripaloca recuenta su historia y se reinventa a sí mismo al ritmo trepidante de gags, rutinas de chistes, alusiones a las guerras peruanas, incluida la última (en medio de la cual se escribe el texto original), para discutir la peruanidad callejera desde un ángulo si bien sombrío también mágico para la escena. Es bueno recordar que aunque las referencias sean todas de comedia y ambiente callejero y marginal, la obra plantea muy sofisticadamente sus personajes y sus pequeñas escenas de valor total y rupturas de cuarta pared, con ribetes brechtianos.
Pero lo que proponen De María y los productores de las diferentes puestas, desde Telba hasta Teatro en la Ruta, es un proceso que toma como referencia, material, la comedia callejera peruana que florecía en espacios públicos (y peligrosos) de la capital, para reconvertirla en una forma dramática más elaborada. Como refiere el propio De María por boca de Tripaloca: para que puedan "llevarla a un teatro de pituquitos". Es el tránsito que va de la cultura oral a la escrita, de la marginalidad social y artística hacia el espacio de la oficialidad cultural, incluso si se es marginal dentro de lo dominante, como era (es) el caso del teatro que se da en salas independientes.
Desde luego, como ha sucedido tantas veces en la literatura, la presencia de un personaje marginal no hace marginal el discurso, y por el contrario suele servir como gatillo para discutir, siempre dentro del espacio de la cultura oficial, las voces de los otros como temáticas o en el mejor de los casos (como creo que hace De María), como problemáticas que las clases educadas necesitan tomar en cuenta: la discriminación social, la violencia y, en este caso, una epopeya de una forma cultural que había crecido al amparo de la creciente tugurización del centro de Lima, y aún era (es) negada.
Pero hay muchas cosas complejas en esto. Como recuerda Victor Vich en su magnífica etnografía sobre el tema, la comedia callejera también tuvo la influencia de actores que aunque progresistas también venían de espacios "cultos", como el caso del mimo Jorge Acuña.
Entonces aparece la paradoja que me sacó por momentos de la experiencia de ver esta puesta de A ver, un aplauso! en la rotonda del Parque Kennedy de Miraflores: la obra que daba voz a los sin voz en un espacio un poco más privilegiado del teatro de fines de los 80, regresaba en forma de divulgación a un lugar público, y solo en cierto sentido, popular. (También se hizo la obra en el Parque Universitario, donde este regreso del que hablo, imagino, puede haber sido aún más paradójico). La teatralidad original con la que De María dialogaba, y que resultaba dominada por una estructura compleja ajena a la comedia de calle (más de circunstancia y narración breve), se veía obligada a regresar esta vez forzada por una circunstancia de difusión. Tal vez por esto los muy buenos y jóvenes actores de la Católica parecían sobrepasados por el espacio abierto, cuya lógica de relación con la audiencia es diferente de la sala. El público aquí es más libre, menos constreñido a la experiencia teatral en sí, o a seguir una historia No sería algo tan importante de mencionar si, además, la puesta abierta y de calle, no hubiera pretendido conservar los cuestionamientos sociales y culturales del texto original, cuestionamientos que perdían fuerza ante la dominación de la calle misma. Fue muy efectiva la obra en su uso de la comedia física, los gags, y la participación de los espectadores, pero no lo fue en transmitir el aliento metafísico, las ingeniosas líneas que jugaban con nuestra historia nacional, ni la poderosa poesía cruda que el autor fue capaz de crear sobre el material aún más bronco que le proporcionaba la comedia callejera como referente. Me preguntaba si perdiendo la poesía y la provocación, de A ver, un aplauso! no quedaban sino buenos chistes desvinculados entre sí, y si no se corría el riesgo de volverlo un relato únicamente anecdótico.