En 1962 se hace una Feria Mundial en Seattle, y ocurre la idea de hacer una torre o algo similar, alto, un mirador, hacia la ciudad. Nace la Space Needle, icónico lugar de parada obligada (¿obligatoria?) para los visitantes. Esta "aguja en el espacio" permite muchas cosas a los paseantes: sentir vértigo al subir 200 metros en pocos segundos, sentir vértigo al caminar por una estrecha vereda expuesta al aire libre en la cima de la construcción, o simplemente sentir vértigo tomando un trago de más en el restaurante del lugar.

Me interesa la Space Needle como mirador, por supuesto. Es un teatro al descubierto, en altura, desde donde se puede ver la cordillera casi tocando el océano. Y desde luego Seattle. Un teatro y no un museo, precisamente porque la ciudad observada, la escena mayor, está en movimiento. El espectáculo principal es la ciudad misma que se deja observar en todas las direcciones, hasta perderse en el horizonte, y que incluso permite imaginar pequeñas historias (unas binoculares permiten armar su propio espectáculo de acercamiento, minimalista, digamos). Teatralidad pura, en gran medida.

Los etimólogos, seres próximos a los entomólogos, dicen que theatron en griego significaba lugar para contemplar, para observar. De donde es claro que, al menos si seguimos tal leyenda urbana, concluiremos que la base de la teatralidad no es la representación misma, sino el hecho de su contemplación. El espectador contemplando hace el teatro y no al revés. Teatro es el lugar para ver, la situación en que es posible ser espectador. Otras tradiciones teatrales como la del Japón tienen frases magníficas y análogas, incluso más avezadas, por ejemplo ésta: la ilusión siempre está en los ojos del que ve. La cualidad número uno del observador es su decisión de observar.

Vuelvo a pensar la Space Needle, ¿qué querían los grandilocuentes potentados del Pacífico Noroeste al hacer una aguja que hiera el espacio? ¿Un eco de la carrera espacial, de la guerra fría, la desesperada alucinación por colonizar lo no colonizado, lo no colonizable? Es claro que la aguja no rasga el cielo, pero  ni siquiera lo mira. Extrañé encontrar una gran ventana cóncava para espectar el cielo estrellado, para digitarlo con la aguja. Pero el cielo de Seattle es casi tan panza´e burro como el de Lima. Entonces hay una contradicción deliciosa allí: tocamos el espacio con una aguja, pero en el fondo estamos poco interesados en él, no hay meditación alguna ni preguntas metafísicas, estamos más interesados en ser vistos, en convertir nuestra ciudad, nuestro modo de vida (americanos, occidentales) en el espectáculo mismo. Un espectáculo barato, pues se dirige y produce solo, se rehace sin pausa. 

Y es un espectáculo fácil de entender: el mensaje somos nosotros mismos, en nuestra incapacidad de vernos, nuestra ilusión de otear ese magma del cual somos parte. Pocos aplausos, la verdad.